Lucía está en una encrucijada.
Ama
a su compañera de trabajo, Rocío.
Su
día empieza cuando se levanta para arreglarse para irse al trabajo.
Allí
se encuentra con ella. Las dos son administrativas de una empresa
multinacional en Madrid.
Están
separadas físicamente por el espacio de dos ordenadores, pues están
situadas enfrente una de otra.
Cuando
se saludan, a la entrada del trabajo, Lucía siente un vacío en el
estomago que no es hambre de alimentos sino el deseo de besar a su
compañera. La saluda sonriendo, mirándole los labios intentando que
no se note lo que siente.
Rocío
parece que no se da cuenta de nada.
Ni
siquiera de que Lucía siempre hace por quedarse la última porque
Rocío es muy trabajadora y perfeccionista y no se va de la empresa
hasta terminar toda la tarea.
Cómo
ella no tiene carné de conducir, Rocío por educación más bien la
invita a llevarla a su casa, aunque no le coje de camino. Lucía le
da las gracias a la suerte, aunque está todo planeado.
Ambas
son solteras treintañeras.
Lucía es guapa y alta, nada
andrógina, sino muy femenina, utiliza habitualmente faldas, vestidos
y tacones.
Ha
estado alguna vez con un hombre pero se dio cuenta que no era lo suyo
y aunque le da miedo salir del armario tampoco quiere taparse con un
novio. La gente cree que es muy exigente con los hombres.
Es
duro para ella tener que fingir, y callar algo que ella piensa que no
ha elegido, solo puede ocultarlo pero nada más o tener el valor que
aún le falta de gritarlo al mundo y esperar la reacción.
Rocío
por su parte, es más baja que lucía y suele llevar el pelo recogido
y vaqueros. Ha tenido algunos novios pero siempre les saca algún
defecto, tiene miedo a comprometerse. Es independiente y solitaria.
Un
día Lucía le comenta a Rocío que podían apuntarse a un curso de
pilates, que hacen cerca de la empresa, para estar más cerca de ella
fuera del trabajo y atreverse así a dar un paso adelante en el
sentido de expresarle sus sentimientos.
Rocío
accede y se matriculan después del trabajo.
Lo
que parecía maravilloso para Lucía, se convierte en una tortura
puesto que la tiene más cerca y en los vestuarios la ve desvestirse
y ducharse, con lo que su deseo aumenta.
Rocío
empieza a darse cuenta que Lucía se pone nerviosa cuando conversan
y que a veces no le mantiene la mirada cuando están hablando.
Cuando
pasa un tiempo es Rocío la que le pregunta a Lucía que qué le
ocurre.
Entonces
Lucía se arma de valor y le confiesa lo que siente por ella desde
hace tanto tiempo.
Por
fin ha soltado lastre.
Entonces
Rocío le dice que para ella es solo una amiga, pero que no le cierra
la puerta, que no sabe lo que pasará con el tiempo. Aunque ella no
ha tenido nunca relaciones íntimas con mujeres.
Desde
entonces Lucía descansa, pues es muy cansado vivir ocultando quien
eres y se siente con fuerzas para gritarle al mundo que ella tiene
otro modo de entender el amor que la mayoría.
Mucha
gente se aleja de ella, otra la entiende pero a ella le merece la
pena sentirse más relajada sin tener que fingir quien no es.
En
cuanto a Rocío ya no siguen igual. Ella que no sabe en realidad lo
que quiere, prueba a tener una relación sentimental con Lucía pero
con la condición de que sea un secreto entre ambas.
Lucía
lo piensa y cree que aunque está enamorada de ella, no quiere
ocultarse más y le dice que prefiere que sigan siendo compañeras
de trabajo, y piensa que a partir de ese momento cogerá el metro
para volver del trabajo y dejará de ir a Pilates, hasta que se le
vaya pasando el amor que siente por Lucía.
I.S.G.