Había
un prado lleno de flores de todos los colores y formas.
Era
un prado muy bello y extenso.
Desde
lejos se veía como si hubiera una sábana hecha de retales de
diferentes telas de colores y formas.
Las
flores hablaban unas con otras y tenían su propia personalidad.
La
margarita era sencilla, humilde y bonita.
Las
rosas, sobre todo las rojas eran vanidosas.
Se
creían superiores a las demás flores y no solían hablar nada más
que entre ellas y con una jerarquía basada en los colores que tenían
cada una de ellas.
El
crisantemo era muy sensible, lloraba por cualquier cosa y las
petunias eran muy elegantes.
Los
claveles, por su parte, tenían mucho carácter, se enfadaban mucho
entre ellos y odiaban a las rosas porque se sentían inferiores a
ellas.
En
realidad, les tenían envidia verde y viscosa porque los caminantes
que pasaban por allí siempre se acercaban primero a los rosales.
A
decir verdad, debían sentirse dichosas pues las rosas eran por su
hermosura, las primeras en ser cortadas, mientras las demás flores
disfrutaban de más vida aunque menos brillante.
Los
niños sabemos que la envidia es así, no entiende de lógica, no se
elige, ella te elige a ti un poco como el amor verdadero.
Un
día pasó un señor y cortó una rosa roja, se clavó una espina la
tiró y la pisoteó
Después
fue cogiendo las demás rosas rojas, pues quería hacer un ramo para
su mujer. De manera que dejó el prado sin una rosa roja.
Las
demás flores se rieron y se pusieron contentas, porque las odiaban.
Pero
más tarde se dieron cuenta que hasta las rosas rojas vanidosas
tenían su propio encanto y sentido como parte del prado.
Así
aprendieron que cada uno a su manera tiene su importancia, aunque no
nos lo parezca.
I.S.G.